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Yoga en el muro, Palestina

  • Por Meritxell Martorell
  • 07 dic, 2021
Yoga en el muro. Porque ellos se merecen un poco de silencio. Más paz, más juegos y menos gases lacrimógenos.

Tras viajar una semana por el norte de Israel decidí visitar la sagrada ciudad de Jerusalén, justo una semana antes de que Donald Trump sembrara un poco más de discordia y tensión entre árabes y judíos.

Las sensaciones que se sienten en una ciudad tan religiosa son inexorables al ser humano, seas cristiano, musulmán, judío, ateo, budista o agnóstico.  Al ser considerada sagrada por las tres grandes religiones monoteístas —judíos, cristianos y musulmanes— paradójicamente la ciudad se ha convertido en objeto de numerosas disputas a lo largo de siglos. Y a día de hoy, desafortunadamente el conflicto sigue vivo.

Cruzar de un lado a otro (Palestina /Israel) es cuestión de minutos y el contraste colosal.  No me voy a poner a hablar de política, tratar de hacerlo cuando apenas he pasado dos meses en el país me parece atrevido e insensato. Tampoco voy a posicionarme de un lado ni del otro. 

Me alojé en casa de  David, un judío asentado en Belén, ciudad palestina a 9km de Jerusalén. Tras decidir dejar de practicar el judaísmo ortodoxo, David se movió a la ciudad donde nació Jesús y, a día de hoy, habla árabe perfectamente y la mayoría de sus amigos son musulmanes palestinos.  Vivir con David fue una experiencia intensa: celebré un Sabbat (séptimo día de la semana, sagrado en el judaísmo) rodeada de musulmanes con Kipá (pequeña gorra ritual judía). ¡Surrealista! Con él aprendí que entender el conflicto lleva mucho más tiempo del que uno cree. 

Por ello, lo único que se me ocurrió es actuar de corazón y hacer lo que me apetecía: impartir clases de yoga a los que creo que lo pueden necesitar y dar a conocer una realidad sin necesidad de decir nada. 

Me dirigí a Aida Camp, el campo de refugiados palestinos establecido a principios de los 50. Con casi de 70 años de historia, sus habitantes proceden de distintos pueblos de Israel destruidos en las guerras del 1948 y 1967.

Las condiciones de los colegios nada tienen que ver con los colegios israelíes. Por eso, junto a Murad, director del centro Alrowwad Cultural, armamos esta clase y este vídeo.  Y ellos, los niños, lo agradecieron muchísimo, casi tanto como yo. 
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